29 marzo 2012

Entrevista con Eduardo Galeano: La historia por el ojo de la cerradura

Por Roberto Lopez Belloso y Rosalba Oxandabarat


@lopezbelloso

Un nuevo libro de Eduardo Galeano, Los hijos de los días, en forma de calendario: a cada día, de muy diferentes años, corresponde un texto sobre alguna cosa, grande o pequeña. Historias que fueron tragadas por el olvido y las "versiones oficiales", y que el escritor rescata para devolverlas a la memoria colectiva. Trescientas sesenta y seis –porque hasta tiene su lugar el año bisiesto– recuperaciones, o restauraciones, o descubrimientos de y para una memoria horadada cuyos huecos se busca resarcir. Del libro y su gestación, de las pasiones persistentes y la curiosidad interminable del autor, se habló en esta entrevista.

—¿Dónde encuentra esas historias que dan forma a esa antihistoria que está en sus libros? No sólo en Los hijos de los días sino también en los anteriores.

—No sé, me encuentran. Me dan un golpecito en la espalda y me dicen "contame, que valgo la pena". Yo les digo bueno, decime de qué se trata. Algunas veces quedan en un libro, otras no. La verdad es que las historias no contadas son mucho más numerosas y más jugosas. Sobre todo a medida que me he ido universalizando más. No es que haya abandonado mi pasión latinoamericana, pero ahora no me importa si una historia viene de Indochina, de Corea, de Japón o de donde sea. Lo que me importa es que tenga algo que decir sobre las pasiones humanas.

—Pero también hay investigación, búsqueda en archivos...

—También. En algunos casos para no meter la pata. En la época en la que escribí Memoria del fuego, los tres tomos, esas mil páginas que me llevaron casi diez años, yo no tenía más remedio que recurrir a las bibliotecas.

—No existía Wikipedia.

—No había Internet. En ese sentido a mí me sirvió el exilio para el objetivo no muy oculto de ir reuniendo y confirmando información. Como yo andaba por todos lados haciendo cosas a favor de los familiares de los presos como aquellos conciertos que hacíamos con el flaco Viglietti, lugar al que yo iba era lugar en que me metía en las bibliotecas desde la mañana hasta la tarde. Ahora con Internet es mucho más fácil pero también mucho más resbaloso. Es un terreno sembrado de cáscaras de banana. Por ejemplo, mis textos más exitosos son tres o cuatro textos que se me atribuyen en Internet y que yo no escribí. La gente me felicita por la calle y me dice que son lo mejor que he hecho en la vida. Y ahí yo busco un jardín que esté lo más cerca posible para deshojar la margarita: "me mato, no me mato, me mato, no me mato". Porque haber dedicado toda una vida a escribir para que me feliciten por lo que no hice... (se ríe).

Volviendo al origen de las historias que usted cuenta...

—Yo viví un tiempo en Guatemala, en momentos en que ese país era el laboratorio del terrorismo de Estado que luego afectaría a todo el continente, nuestro país incluido. Parte de ese tiempo lo pasé en campamentos de la guerrilla, en la montaña, y ahí entré en contacto por primera vez en la vida con algunas comunidades mayas. Entonces yo tomaba nota de cosas que me interesaban mucho. Una de ellas me sirvió como introducción al libro nuevo. Los hijos de los días está precedido por una tentativa de síntesis que yo hice, escuchando las voces indígenas, de contar lo que es el centro de la cultura maya: la certeza de que el tiempo funda el espacio. Cosa que después fue científicamente comprobada por Einstein, que probablemente era maya sin saberlo. De ahí viene eso que dice el libro (cita de memoria) "y los días se echaron a caminar y nos hicieron a nosotros, que así fuimos nacidos, nosotros, los hijos de los días, los averiguadores, los buscadores de la vida". Son cosas que yo sintetizaba de lo que oía y las guardaba. La mayoría se volaron con los allanamientos y los divorcios. Otras sobrevivieron allí escondidas. Una es esa, que es muy bella pero no es mía, es de los mayas. Lo único que hice yo fue traducirla, digamos, a un lenguaje que pudiera ser entendido más allá de sus fronteras. Yo me decía, entonces, si somos hijos de los días, a cada día debe corresponder una historia, de cada día debe poder brotar una historia. Porque nosotros estamos hechos de átomos pero también de historias. ¿Qué sería de nosotros sin las historias que nos cuentan? Que cuentan el andar humano en el mundo.

—¿Fue un proceso largo llegar a las 366 de este libro?

—Los hijos de los días tuvo 11 versiones. Por increíble que parezca. Pero ahí están los borradores. Helena guardó las 11, con todas sus observaciones y correcciones. De algunas cosas terminó convenciéndome, en otras yo me aferraba a mis pobres palabras castigadas por esta mujer implacable que siempre terminaba ganando porque tenía razón. Pero llega un punto después de 11 versiones en que no podés seguir corrigiendo, aunque todo siempre es perfectible. Helena es mi editora en el sentido británico del término. No en el sentido español de editor como el que publica, sino editora como quien te ayuda a leer tus propias cosas y a cambiarlas. Gracias a ella ha sido mucho más estricta mi lectura de mí mismo. También me ayuda a leer en voz alta.

—¿Por qué?


—Porque la literatura es una forma de la música, de alguna manera. Es otras cosas además, pero también hay una intención de musicalidad en las palabras que se van enhebrando queriendo llegar al que lee o al que escucha. Si suena de una manera que invite a que esa persona que está leyendo o escuchando no huya a la disparada y se quede disfrutando, entonces uno ha logrado lo que quería, que es comunicarse. Yo escribo para los demás. Ese era un motivo de pelea con Onetti. Una vez me echó de la casa por ese motivo.

—¿Cómo fue eso?

—Tuve la suerte que desde que yo tenía 17 años el viejo me acogió y me ayudó. Pasábamos horas y horas fumando cara al techo, a veces sin decir una palabra, tomando unos vinos de cirrosis instantánea, en unas patriadas enemigas del hígado. Como yo era un chiquilín me daba el lujo de la insolencia ante este patriarca de las letras nacionales. Cuando empezaba con que sólo escribía para él yo le decía "otra vez con eso, ¿hasta cuándo vas a seguir con eso si ni vos te creés?". Él me contestaba "¿cómo que ni yo me creo? Yo soy como Joyce, que se sentaba en la mesa y escribía para un señor que se llamaba Joyce y que estaba en la otra cabecera". Esa vez que se cabreó en serio yo le había dicho "mirá, Juan, creo que lo más práctico va a ser que todo lo que escribas me lo des y yo te lo envío por correo". Me echó de la casa hecho una furia. Dos o tres días después me llamó y me preguntó "¿qué te pasa que no venís?". Típico de él. Pero también me ayudó mucho a entender el arte de la escritura. Una vez me dijo que había un proverbio chino que decía que las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio. Como era tan mentiroso siempre para dar prestigio a sus palabras las disfrazaba de proverbios etruscos o chinos. Después lo busqué y lo busqué pero entre los chinos no aparece. Le pregunté a mi traductor y me dijo que no, que eso no lo dijo ningún chino.

LAS VENAS.

—El año pasado se cumplieron 40 años de Las venas abiertas de América Latina y este año se cumplen 30 de Memoria del fuego. ¿Cuál es su relación con esos dos libros que son lo medular de su obra?

—Sobre todo la trilogía Memoria del fuego yo creo que es la tarea mejor cumplida de todas. La que pudo llegar más lejos y más hondo. Con algo incluso de proeza. Mil historias chiquitas para ofrecer toda la historia de las Américas desde los ángulos jamás vistos, desde el lugar donde a nadie se le había ocurrido mirar nada. Esa es la intención que siempre tengo: ver la historia grande desde el ojo de la cerradura. Yo estoy muy orgulloso de esa obra, aunque siendo tres tomos no tiene la difusión que tiene Las venas... que es un solo tomo. Además Las venas... está escrito en un lenguaje entre comillas más político, aunque no es así, pero la gente lo lee de ese modo. Entonces parece que sirve más para el desarrollo de la conciencia social, lo que tampoco es cierto. Yo tengo con Las venas... una relación parecida a la que Quino tiene con Mafalda. Está muy orgulloso de haberla creado pero a veces se levanta con ganas de degollarla. Porque lo identifican con eso. A mí lo mismo. Me identifican con Las venas... y es como si me invitaran a jubilarme. Entonces yo soy un sobreviviente de mí mismo. Eso a veces me revienta. Por otro lado es una fuente de legítimo orgullo que hayan pasado tantos años y el libro siga teniendo vigencia. O sea que no fue escrito en vano. Aunque por otro lado también, como la realidad siempre es contradictoria y cada cara de la luna tiene otra cara, yo hubiera deseado que ese libro hubiera pasado al museo de arqueología y que la realidad hubiera cambiado tanto, tanto, tanto que ya eso fuera un asunto de antigüedades remotas. Pero no. La realidad no cambió demasiado y lo fundamental que está en Las venas... sigue siendo verdad: que no hay ninguna riqueza que sea inocente y que la riqueza de los países ricos se alimenta de la pobreza de los pobres. Esto, que sería la tesis esencial del libro, sigue en pie. Ahora con esta crisis que está convirtiendo a Europa en una desolada región del cuarto mundo, más todavía. No se salva nadie.

LOS INDIGNADOS.

—¿Cómo ve el movimiento de los indignados en Europa, del que habla varias veces en este libro?

—Con los mejores ojos. Para mí es lo mejor que le ha ocurrido al mundo en mucho tiempo. Los argumentos en contra son muy endebles. Eso de que no se sabe adónde van. Si fuera por eso la historia no se hubiera movido nunca, a menos que tengas profetas infalibles que te adviertan. La verdad es que lo mejor que la historia humana tiene es su capacidad de asombrar, que siempre va para donde uno menos se espera. Como ocurrió con Chiapas. Justo el día en que se estaba firmando el tratado de libre comercio entre México y Estados Unidos estalla lo de Chiapas que dio vuelta al país. Que tuvo y sigue teniendo una influencia enorme sobre el México de nuestros días. Y eso estalló cuando nadie lo esperaba. Lo mismo con muchísimos otros hechos históricos que han cambiado el curso de la historia y que eran imprevisibles. Entonces no se les puede exigir lo que a veces se les ha exigido a estos muchachos que expresan su indignación, porque al fin de cuentas ellos han perdido sus casas y sus empleos y tienen todo el derecho a estar indignados. Uno de los carteles que más me gustaron de los que vi en España decía: "Nos echaron a la puta calle, y aquí estamos". Lo que es de sentido común.

AFINIDADES ELECTIVAS.

—Leyendo este nuevo libro da la sensación de que usted le tiene una gran antipatía a Churchill...

—Sí.

—...una gran simpatía a Rosa Luxemburgo...


—Sí.

—...y que no le hubiera molestado haber sido espiado por Mata Hari.

—(Se ríe.) Lo que yo cuento, que está documentado, es que en el pelotón de fusilamiento, que eran trece, ocho erraron el tiro.

—El corazón les parpadeó.

—No porque ella fuera tan bella como dicen que era, sino por la fuerza del mito. Era el mito vivo más importante de su época, la mujer fatal capaz de espiar para todos a la vez, de armar los tremendos líos que armó. En realidad cuando ves las fotos no era para tanto.

—Churchill también era un mito.

—El mito del caballero inglés amante de la libertad pero que era un racista que celebraba los asesinatos de lo que él llamaba razas inferiores. En cuanto a Rosa Luxemburgo le rindo homenaje en un texto en el que recuerdo que cuando a ella la arrastraron los paramilitares en Alemania, ya casi muerta o muerta del todo, perdió un zapato. Un detalle que me llamó siempre la atención y que nadie nunca destacó. Arrastrada hacia la muerte había perdido un zapato. Entonces escribí ese texto diciendo que ella había muerto porque se negaba a aceptar un mundo donde la justicia fuera enemiga de la libertad y la libertad enemiga de la justicia. Que es verdad. Porque ella quiso un socialismo donde se reunieran los dos, la libertad y la justicia. Digo ahí, porque lo creo, que esa bandera quedó tirada en el barro, como el zapato, pero que siempre hay alguien que la levanta. n

CUBA

—Hace poco volvió a Cuba después de diez años...

—Once.

—...once años. ¿Cómo está su vínculo con la isla?

—Bien. Ellos publicaron Espejos, lo cual es una prueba de que las cosas han cambiado. En Espejos hay un texto sobre Fidel que empieza siendo muy crítico, aunque después subraya sus virtudes. Ahí yo escribo (cita de memoria) "el enemigo dice que si Napoleón hubiera tenido un diario como el Granma nadie se hubiera enterado de Waterloo; y en eso el enemigo tiene razón. El enemigo dice que Fidel escucha más los ecos que las voces; y en eso el enemigo tiene razón". Y así voy dándole la razón al enemigo hasta que después paso a exaltar las virtudes de este hidalgo caballero y de una revolución que yo creo, cuando se haga el balance, si es que alguna vez se hace históricamente, no sé si es posible y legítimo hacerlo, se verá que lo más importante que va dejando a su paso por el mundo es su ejemplo de dignidad y solidaridad. La dignidad de un país pequeño, chiquito, que no se dejó almorzar por la primera potencia del mundo. Y la solidaridad de un país que siendo chiquito y pobre ha sido el que más ayuda dio a los desamparados de la tierra. Esas dos cosas me parecen esenciales. Después lo otro...lo otro son cosas que cada vez que iba a Cuba las decía. Hasta que llegó un punto en que dije "bueno, ahora no voy a ir por un tiempo largo porque siempre los periodistas recogen las cosas jodidas que digo".

—¿Qué cosas?

—Son cosas en las que sigo creyendo. Por ejemplo el tema del partido único. Yo no voy a ir a Cuba a decir "qué maravilla el partido único". Yo no coincido con el partido único. Creo en la diversidad y me parece que los partidos únicos la niegan. Lo mismo en relación con la omnipotencia del Estado, que yo creo que no es la mejor respuesta a la omnipotencia del mercado. Porque cuando el Estado es el dueño de todo y hace todo, a la larga o a la corta todo lo hace mal. Por ejemplo los medios de comunicación no pueden estar todos en manos del Estado, porque entonces la gente no consigue dónde expresarse de verdad. Yo siempre he dicho estas cosas a partir de aquella frase de Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista, en la que me amparé desde hace años: "los amigos de verdad critican de frente y elogian por la espalda".

—Hubo un momento de turbulencia a raíz de su artículo "Cuba duele" que publicó en Brecha.

—Yo no me arrepiento ni de una coma. Todo lo que decía ahí es verdad. Y también es verdad que ahora empiezan a darse cuenta las cabezas dirigentes de la revolución de que no hay mejor publicidad que la prohibición. Hay que dejar que toda esa contra organizada se exprese. Que diga lo que tenga que decir. Así van a quedar en evidencia. En un país que ha recuperado su dignidad a un precio altísimo en vidas humanas, que quede en evidencia que las voces de la contra son voces de los indignos que están al servicio de una potencia extranjera. A partir del momento que se prohíbe lo que dicen, lo que dicen se convierte en algo atractivo. Lo mismo pasa con cualquier cosa que vos prohíbas. El ejemplo más feroz de todo son las drogas.

—¿Usted estaría a favor de la legalización de las drogas?

—Sí, claro. Pero no se puede hacer por voluntad de dos o tres países. Tiene que ser una decisión en primer lugar gradual, y en segundo lugar tomada por muchos países de común acuerdo. Debe estar cuidadosamente programada, pero es el único remedio para una tragedia colectiva que además da mucho de ganar. Por eso es tan difícil legalizar la droga. Da más dinero que las armas. Sobre todo para los bancos que lavan el dinero, que son los grandes bancos.

—Sin hablar del tema de seguridad.


—Cada vez que declaran la guerra contra las drogas éstas multiplican su buena salud.

—Como en el caso de México.


—En lo que se ha convertido México. En un matadero. Una cosa atroz. Todo para dar de ganar a un puñado de canallas, grandes empresarios del mundo. Droga que además se usa para calmar la ansiedad de la población más angustiada del mundo, que es la de un país, Estados Unidos, que se presenta como modelo de felicidad y bienestar. Porque al fin y al cabo si vas a buscar de dónde viene esta necesidad, viene de un modo de vida que genera mucho miedo. Miedo de perder el trabajo. Miedo de que tu amigo te traicione. Miedo de que te asalten, que te roben. Las drogas son pasaportes, caros pero pasaportes al fin, que te permiten fugarte del mundo aunque sea por un rato. Si no se escarba hasta lo más profundo la droga va a reaparecer, por más que se la prohíba o se la legalice. Pero mientras tanto, unos ponen la nariz y otros ponen los muertos.

(Entrevista realizada por Roberto López Belloso y Rosalba Oxandabarata. Publicada en Brecha el 16-III-2012)